miércoles, 4 de abril de 2007

Biografía

Reymundo Santos Gangotena, abogado

Por: se olvidó de mandar el seudónimo

Horrible, húmedo, negro y arrugado. –Es una preciosura!- Decía su abuela al verlo por primera vez casi sin identificarlo en la hilera de guaguas que habían llegado al mundo esa mañana en la maternidad.
Su primera pulsera lo identificaba. Escrito a mano, en azul, decía claramente Reymundo Santos.
Con destreza magistral las enfermeras del recinto hospitalario llevaban uno a uno a los bebés fresquitos donde sus orgullosas madres. Sonrisa entregaba, sonrisa recibía, a nadie le importaba la sinfonía escandalosa y desafinada que bullía desde las incubadoras hasta el corredor blanquecino.
Digno de su alcurnia, doña Mercedes Gangotena de Santos disponía de una habitación pulcra, alimentada de los mejores aditamentos de bienestar que se podía ofrecer en aquellos tiempos de dictadura para el confort de las partientas: bacinilla de bronce, escupidero de plata, cobija tejida a mano, chancletas de hule para el baño y pantuflas de oveja para las obligatorias caminatas de reposición por el pasillo.
Ramilletes de los más floridos descansaban en la mesita de comer, junto a la sopa fría de pollo, al puré con carne y a la gelatina que doña Mercedes dejó a medio camino ya que su repulsión y sus náuseas no permitían que bocado alguno pase por sus sistema.
Y es que su caso, médico, fue bastante sui géneris para los doctores. Si bien los gritos de dolor de las primerizas son comunes ya entre los galenos y sus ayudantes, los de doña Mercedes eran verdaderamente aterradores. Carmita, la enfermera más antigua del hospital tuvo que ser llevada de urgencias a una clínica privada para tratarle la profunda sordera que le causaron los aullidos de Mercedes Gangotena. A dos auxiliares más se les atendió en la misma maternidad de los profundos aruñazos que recibieron sus brazos y que necesitaron sutura. Jaime Costales, el médico de turno fue el único beneficiado con el bochinche ya que la certera patada que recibió de doña Mercedes le ayudó a expulsar la muela del juicio que lo atormentaba desde hace semanas.
Y es que Reymundito, como lo llamaban en la casa su madre, tías y abuelas siempre fue un dolor de cabeza.
En el Centro Especializado en atención para infantes, como su madre llamaba a la guardería en la que el guagua creció en sus primeros años, causó varios traumas. Todos sus compañeritos crecerían con horror al fútbol, a las cogidas, a subirse a una bicicleta, a bañarse en una piscina, a las fiestas de cumpleaños y a los regalos de navidad. Y otros con fobia a todos, a los perros, a los gatos, a los conejos, pero sobre todo a los niños. Después de sus años junto a Reymundito nunca fueron los mismos.
En la escuela y el colegio, sus padres, aunque siempre reacios a los cambios modernos, optaron por uno, de esos pocos católicos mixtos, regido por monjas canadienses. Ahí las de los traumas fueron las niñas. Todas ahora odian a los hombres.
Más que el Mercedes gris año 81 que decoraba la cochera de los Santos Gangotena costó el título de abogado de la República al que accedió Reymundito y con el que gracias a los favores que los encopetados de derecha debían a su padre llegó hasta lo más alto de la judicatura.
El Ministro Juez Santos Gangotena dirige desde allí, durante las dos horas que asiste y por las que gana setecientos salarios mínimos al mes, las riendas de una de las organizaciones más respetables y despreciables de la sociedad quiteña.
Son las 11:00 de un martes cualquiera, un chirrido de llantas suena frente al edificio central del Ministerio Fiscal. Jacinto Nazareno, regordete y atemorizante moreno oriundo de San Lorenzo se baja con prisa del sedan de vidrios polarizados y mientras cruza por detrás del auto elegantemente abotona su chaqueta que se explota por el enorme vientre. Abre la puerta y como en cámara lenta, salido de película de gansters desciende Reymundito, a quien sólo le gusta que lo llame así la Patricia Meza, esbelta montubia que conoció en el Café Rojo. Cuatro pelos al viento, que se revelan de la raya junto a la oreja que se hace todas las mañanas cuando se peina, dejan ver que la redondez de su calva es casi tan perfecta como la de su panza. Nunca faltan las gafas Rayband, compradas en unas vacaciones en Atacames, botas vaqueras negras, punta de alfiler, con un trébol bordado, son las compañeras ideales de los casimires que le fabrica Teodoro Coello, un sastre de la vuelta del recinto judicial y con los que Reymundito se siente dueño del mundo.
Doctor!, buenas doctor!, doctor que gusto!, saludan hipócritas todos los acólitos de la judicatura.
De cuatro escritorios perfectamente distribuidos en un cuarto beige, todos con sus respectivas máquinas de escribir marca Brother y con pilas de juicios que parecen edificios, salen José Enríquez, Eugenio Nieto, Ángel Esterillas y Carmen (Carmita para el jefe) Cárdenas, que trabajan años junto a Reymundito, desde que es Ministro juez, y quienes acumulan traumas dignos de un filme alleniano.
Raymundo entra, se levantan en fila militar, todos al unísono: doctor buenas! mientras Carmita, coqueta con su minifalda, le sirve el café y el periódico. Él la pellizca justo en el terciopelo de la falta y le lanza un guiño matador, como todos los días.
El tronar de la mecanografía invade de apoco la oficina nuevamente, Reymundito se acomoda, deja el maletín a un lado de su sillón, sorbe su café, su vista se sumerge en lo interesante del titular “Atrapan a marido celoso que mató a su mujer con navaja de afeitar” y el sueño y el calor de la mañana se apoderan de él. Sus ronquidos serán disimulados por sus acólitos con un tecleo desesperado. Esa será la clave para Jacinto.
Son las 11:05, así es la rutina, Jacinto se parará en la puerta y con la inexplicable frase de “no hay sistema” no dejará que ningún entrometido intente sacar un juicio mientras las miradas de los cuatro escritorios se posan hipnóticas en la telenovela.
Reymundito sueña, sueña con aquel día en el que le entregaron la placa nuevita que hay sobre la mesa: “A Raymundo Santos Gangotena, por sus 25 años al servicio de la patria, sus compañeros los judiciales”.

2 comentarios:

Nadiux dijo...

Interesante tema. Me pareció que al final la biografía quizo volverse cuento y me descuadro un poco. Eso sí, habría que poner más cuidado en la redacción. ¡Vamos que ganamos!

Desdelpupo dijo...

Aceptado el comentario, gracias mil!