martes, 20 de marzo de 2007

Dibujo de mi vida

Dibujo de mi vida

por Jaspia

Llegué a la ciudad hace 75 años, es decir cuando yo tenía 8. Mi padre nos abandonó, desapareció en medio de los paisajes andinos de Saquisilí, sin dejar mayor rastro que unos zapatos viejos, destapados por delante. Mi madre se llamaba Victoria, mi hermana menor Benigna, mi hermano mayor Alfredo, todos ya han muerto, sólo quedó yo. Soy Laura.
Recuerdo mis primeros ocho años, rodeada de pastizales, ganado y árboles de capulí. Me comía tantos hasta que los dientes me quedaban amarrillos y había que lavarse con el dedo y con mucha agua jabonosa para sacar el hierro adherido a los dientes. Mi mamá decía que si no lo hacíamos los dientes se iban a caer y no podríamos comer melcochas.
En la escuela de Saquisilí -un cuarto improvisado- niños de todas las edades nos reuníamos en un solo bullicio a aprender a leer y a escribir. A pesar de que no entendía mucho, a la fuerza y con la insistencia de una profesora gordita, rubicunda y con una trenza espesa que le caía hasta el coxis, al final del año podía escribir mi nombre y apellido: Laura Matheu.
Mi bisabuelo había sido un español que jamás conocí, pero siempre supe que era un bandido, decía mi padre. Después mi madre decía lo mismo, pero de mi padre. Y yo no entendía muy bien. Oía el chisme en las covachas a las vecinas que decían: “El Pedrito guapo y todo pero un verdadero bandido con las mujeres, pobre doña Victoria que le hacen ver las que son y las que no son”.
Al fin, después de la desaparición de mi padre, tuvimos también que desaparecer nosotros. Las vacas y los capulíes quedaron al cuidado, encargados a una vecina. Me lleve una funda llenita para el viaje en tren hasta el desconocido Quito.
Largo fue el viaje, mi mamá no paraba de llorar, lamentándose, y diciéndonos que seamos fuertes. “Machos mis guagas, machos mijitos”.
Las calles de la ciudad eran parecidas a las de Saquisilí, llenas de polvo y piedras. Nos instalamos en la casa de la tía Inés, cómoda y siempre con un olor a naftalina. Nos regalo vestidos a todos, quedamos elegantes, mi mamá se puso una ‘harina’ en el rostro, quedo blanca y fragante, muy bella. La tía nos llevó a tomarnos fotos, las únicas que guardo de esos años. Yo salí con los ojos cerrados.
Mi madre se casó al poco tiempo con un señor mucho mayor que ella, que al fin nos adoptó como sus hijos. Como un bonito ‘regalo’ me mandó a estudiar a un internado, salía sólo los viernes por las tardes hasta el domingo a las 3 de la tarde… Tuve que acostumbrarme a los castigos y los rezos.
Ya sabía leer mejor, aunque extrañaba las vacas y los capulíes de Saquisilí. Aprendí a bordar, hice un mantel para mi tía, otro para mi madre, y unos pañuelos para Don Ignacio, mi padrastro. Cuando las monjas dormían yo leía Julio Verne y los poemas de Dolores Veintimilla de Galindo. Un día le mandé una carta a mi ñaña con la historia de que en un tiempo más nos podríamos ir a la luna y viajar sin fin por las estrellas. Le decía que capaz allá hay también árboles de capulí. Después de ese día, todo cambio me dijeron que me había vuelto loca, y que lo mejor era que me encerraran por siempre en el internado. Mi infancia calló, era una niña grande.
No volví a ver a mi familia por casi ochos años. Al fin, salí del internado sólo para casarme con un sobrino de Don Ignacio, Luis se llamaba. Dos veces no más le vi, y mi mamá un día me dijo que ya era hora, que debía casarme y que eso me iba a hacer bien. Me casé. Tuve cinco hijos. Luis me golpeaba cuando se chumaba. Y yo callaba, como me ensañaron las monjas, debía ser una esposa sumisa y silenciosa. Por fortuna y también desgracia mía, me quedé viuda con los ochos hijos, el menor tenía 2 años y la mayor 15. Luis murió de cirrosis. Encontré un trabajo como enfermera en Saquisilí, iba y volvía todos los días en tren, mis hijos se quedaban al cuidado de mi madre.
A ese ritmo viví hasta ver al menor de los hijos en la universidad. Así se me fue la vida. Ahora no hablo, enfermé hace cinco años, no puedo hablar, ya no bordo, tampoco leo. Espero los días sentada en un columpio, donde mi hija Victoria me deja para tomar el sol…