martes, 16 de octubre de 2007

HOY ME SIENTO OPTIMISTA

Hoy es el día
Por: (La historia no se cambia)

Hoy es el día... Abro los ojos y el peso de la realidad cae sobre mí, tratando de cerrármelos otra vez. La ahuyento de un manotazo al aire y salto de la cama. Mis pies desnudos tocan el cálido piso brasileño y siento la concentración de energía en mi cuerpo. Del cansancio por los partidos con Suecia y España no queda nada, estoy entero, como deben estar también mis compañeros, y me siento de maravilla. Irrumpo en sus cuartos con cánticos y aplausos y, poco a poco, se van levantando, algunos acompañando mis cantos, otros, como Máspoli o Gambetta, con ganas de matarme por hacerlos despertar. Un rápido cruce de miradas con cada uno me da la seguridad de que estamos listos.

La mañana pasa rápido, todos preparándonos. El profe preferiría que no vuele ni una mosca, pero creo que es mejor así. El Pepe Schiaffino no para con los malabares de derecha y la toca con todo el mundo. La pelota lo ama y hace todo lo que él le pide. Morán bromea con Ghiggia, a ver quién hace más goles en la final, mientras Gonzáles nos traduce a unos pocos lo que dicen los periódicos... Nos dan por muertos. Al que no lo veo muy bien es a Julito Pérez, parece que se muere de nervios. Comemos algo ligero en el hotel y salimos temprano. Qué bueno, porque la cantidad de gente en la calle es para no creer, y el trayecto al Maracaná se hace interminable.

Estamos en el camerino calentando un poco y nos tenemos que hablar casi a los gritos. Nadie se atreve a salir a dar un vistazo. Tejera piensa que todo Río de Janeiro está en el estadio. Parece que la torcida nos va a botar el techo encima, pero no importa, seguimos en lo nuestro. Puedo ver a Máspoli bien relajado, suelto, como gato mismo, atrapando cada pelotazo que le lanza el profe. Míguez me pasa por un lado como un rayo sin que haya sentido siquiera que se me acerca. Durante esa fracción de segundo en que queda a mi lado, nos miramos con el rabillo del ojo y puedo leer en él la confianza. Me doy una vuelta por el vestuario y se puede sentir en el ambiente que algo grande va a pasar... Aunque los brasileños van a salir a golear, en la cancha somos once contra once, y mis once no les tienen miedo.

Casi listos, nos avisan de una visita ilustre. Llegan los dirigentes de la A.U.F. cuando estoy terminando de ponerme el brazalete de capitán. Nos dan la mano, nos felicitan por llegar hasta este punto y nos disparan a matar. El presidente nos dice que si no nos hacen más de cuatro goles, habremos cumplido. Pasa un segundo eterno en el que siento que la confianza de muchos sufre la metralla de las palabras de ese ignorante, mientras a mí me sube la sangre a la cabeza y a punto estoy de caerle a patadas. "¡Cumplidos sólo si somos campeones!" le grito justo a tiempo para contener un poco la debacle anímica. Con la cabeza baja y muertos de vergüenza, los directivos salen del camerino.

Pasan los minutos, el profe nos da la charla y nos deja listos para salir a la cancha. Parece que algo explota allá afuera, debe se el equipo local que salta al césped y provoca la histeria de toda la gente. Me paro en la puerta del vestuario y hago tiempo, esperando que se calme un poco tanta locura. "Dios mío", pienso, "es sólo un deporte... Espero que no lo tomen a mal cuando les ganemos la Copa".

Después de un largo rato salgo encabezando a los muchachos, con la Celeste, la segunda piel, y la multitud nos recibe agresivamente. Se puede sentir el retumbar de los tambores en nuestro cuerpo y el aliento de toda esta gente. Llegamos a la cancha y un Andrade pálido me dice "Acá debe haber más de doscientas mil personas..." Recorro la mirada por las caras del equipo y puedo ver cómo la fe de algunos se desmorona. Los reúno antes de que sea demasiado tarde y, sin saber bien qué decir, les grito "¡Los de afuera son de palo!". Gambetta me entiende perfectamente y me sonríe. Me acerco a Máspoli y le digo "¿Te fijaste en la cara del nueve de ellos? ¡Qué tipo tarado! Te apuesto lo que quieras que no es capaz de hacerte ni un gol". Corro después donde Ghiggia y con sorna le digo "¿Viste el arquero que tienen? Ese está medio dormido todavía, seguro le haces unos diez goles."

Grito, aplaudo, les transmito mi fe y todos se van levantando, van olvidando al cuarto de millón de brasileños reunidos en el estadio y a los temblores que causan al saltar. Nos miramos entre todos. Estamos bien. Nos paramos en fila para la ceremonia y las autoridades van saludando a los nuestros y a los de ellos. Todos podemos oír cómo su presidente les dice "campeones mundiales brasileños" sin siquiera haber comenzado el partido. Eso los va matando...

Y, todavía en la ceremonia, Julito Pérez me dice: "Obdulio, si hoy quieres ir a tapar, seguramente atajas cuatro penales". Es que es así, se puede sentir en la camiseta. Hoy es el día...

No hay comentarios: